Dice

Roger

Bacon

(1220-1292)

"Es

necesario,

que

el

cuerpo

se

convierta

en

espíritu

y

el

espíritu

se

convierta en cuerpo”.

Es

la

solución

de

la

Obra.

Si

la

quieres

realizar,

tu

propio

cuerpo,

abrasado

por

el

fuego

filosófico,

corroído

por

el

agua

ardiente

de

las

constricciones,

tiene

que

llegar

a

un

grado

tan

elevado

de

pureza

que

se

convierta

verdaderamente

en

inmaterial.

Entonces,

transformándose

sobre

un

Tabor,

se

volverá

inalterable.

Ya

no

será

un

impedimento

para

la

vía

espiritual;

todo

lo

contrario,

participará

como

participan

los

cuerpos

gloriosos

y

contribuirá

él

mismo

¡oh

prodigio! a la Obra.

Corporifica

después

tu

espíritu,

es

decir,

proyecta

una

mirada

escrutadora

sobre

esta

tu

impalpable

sustancia,

la

misteriosa

naturaleza

de

la

que

no

habías

imaginado

poder

conocer

aún

que

acompaña,

constantemente tu cuerpo.

Estudia

minuciosamente

todos

sus

mecanismos

ocultos

a

fin

de

saber

dirigirla,

de

poder

aprovechar

su

poder

y

alimentarla

con

el

alimento

intelectual que necesita.

posees,

Discípulo

mío,

un

tesoro

inmenso

de

fuerzas

escondidas

que

ignoras,

fuerzas

considerables

e

invencibles

recogidas

en

ti,

y

que

sobrepasan

todas

las

fuerzas

corporales.

Aprende

a

servirte

de

ellas,

haz

que obedezcan tu voluntad, aprende a hacerte dueño absoluto.

Y

por

eso,

antes

que

nada,

tienes

que

separar

de

ti,

todo

lo

que

es

superfluo

y

banal

de

tu

intelecto.

Depura

vigorosamente

la

espesura

de

tus

pensamientos

vulgares.

Corta

atrevidamente

en

este

bosque

los

lugares

comunes

y

las

banalidades

que

todavía

pueden

ocuparte.

Recorta

todo

lo

que

no

representa

vigor

o

fuerza;

es

una

vegetación

malsana que sólo produce pérdidas de energía espiritual.

«El

pensamiento

es

una

sustancia

de

naturaleza

casi

fluida.

Una

vez

emitida,

existe».

El

pensamiento

es

inmutable.

Provoca

en

la

esfera

de

la

existencia

pura

un

eco

que

resuena

en

la

eternidad.

Guárdate,

pues,

de

las

meditaciones

infernales

que

puedes

crear

y

que

se

fijarán

en

ti

para tu condenación.

puro,

porque

es

tu

virtud

lo

que

tienes

que

proyectar

sobre

el

atanor

para

animarle.

Evita

los

actos

indiferentes

en

mismos.

Que

tu

mirada

no

se

fije

nunca

sobre

los

objetos

que

no

valen

un

instante

de

tu

atención:

perderías

una

parcela

de

tu

ser

sin

poder

recuperarla

nunca

más.

Entonces,

liberado

de

la

carga

de

las

cosas

inútiles,

reúne

cuidadosamente

las

fuerzas

vivas

que

quieres

conservar

y

dirige

este

pensamiento,

este

arquetipo

mental,

con

vehemencia

hacia

la

Obra.

Observa

con

atención

los

colores

del

Magisterio

y

haz

converger,

hasta

el

más pequeño de tus actos, hacia el objetivo final.

Algunos

te

dirán

que

el

poder

milagroso

se

obtiene

y

se

transmite

por

un

aliento,

por

una

palabra

susurrada

cabalísticamente

al

oído,

para

la

lectura

de

algunas

páginas

de

un

Grimorio

o

por

la

confección

de

una

varilla.

No,

aprende

al

contrario,

que

un

poder

tan

grande

sólo

te

será

otorgado

por

un

cultivo

lento

y

laborioso

de

las

fuerzas

psíquicas

que

subsisten en ti en estado latente.

Hay

que

abstraerse

en

la

vida

superior,

y

al

mismo

tiempo

exaltando

poderosamente

tu

voluntad,

operando

una

verdadera

segregación

entre

tú mismo y el mundo físico y exterior.

Eleva

un

muro

a

tu

alrededor

que

retenga

lo

que

de

ti

emana

hacia

las

cosas

sensibles;

enciérrate

así

en

la

ciudadela

hermética,

de

donde

saldrás

invulnerable

un

día,

y

sin

duda,

verás

ya

despuntar

un

poco

la

Luz que te he prometido y te alegrarás.

¡Paciencia!

¡Piensa

en

tu

impericia!

Sólo

estás

en

el

cuarto

grado

de

la

Vía

del

Absoluto.

Te

queda

más

de

la

mitad

de

camino

por

recorrer

y

todavía puedes tropezar y caer.

Han

caído

hombres

más

hábiles

que

y

que

casi

tocaban

el

final.

Ponte

un

dedo

en

los

labios,

como

Harpócrates,

y

ora,

Discípulo

mío,

en

el

silencio de tu alma.

Grillot de Givry

DISSOLUTIO

RVM